«Gracias a dios no me siento abandonada»… (Hace una pausa como queriendo encontrar entre sus pensamientos la ausencia del hijo que perdió a manos de un proyectil que le cegó la vida) y de sus labios sale la fortaleza para seguir acusando al responsable del crimen artero cometido elementos al servicio del poder en turno.
Doña Elia -como se le conoce a esta mujer menudita, enfundada en unos pantalones de mezclilla gastada y con su inseparable sweater con capuchón color fucsia, de apenas un metro cincuenta, pero de estatura grande en sentimientos -muestra su fe a través de su agradecimiento cada mañana al Dios que la guía y le da fortaleza para seguir buscando “justicia”-.
«Él me va a llevar-su dios- y me va a guiar a donde deba yo ir, para encontrar la justicia para mi hijo”, señala… (Guarda silencio, un silencio sin tiempo, como tratando de encontrar en ese espacio una respuesta a la muerte de su único varón que cursaba el segundo grado de instrucción media en la población de San Bernardino Chalchihuapan.
El recuerdo le duele, sus labios enmudecen y se aprisionan entre la fila de dientes pequeños intentando con esta acción aguantar la expresión de llanto que cuál río incontenible busca entre los surcos de su rostro el camino que llevará las gotas saladas emanadas de ese rostro que se resiste a la derrota.
-…Mi hijo era un niño muy bueno, era un niño trabajador y buen estudiante, cuando llegaba de la escuela. Lo primero que hacía era darme un beso y decirme si me ayudaba en algo…
Sus manos pequeñas como ella, pero marcadas por la tarea diaria de la pobreza, secan la humedad de su tragedia que como una “cruz”… (Así lo expresa con un profundo sentido de religiosidad)… llevará el resto de sus días.
Esta mujer de tez morena y cabellos obscuros desaliñados por la falta de atención y en cuya cabeza a pesar de su descuido dejan ver una trenza muy de mujer indígena que toda su vida a vivido en el campo, reprocha que a casi un año la justicia de los hombres no se haga presente contra los autores intelectuales de la muerte del segundo de cuatro hijos que procreo bajo su condición de madre católica… “Sufro porque no se hace justicia, él, Moreno Valle sólo hace daño a los pobres y encarcela, quiso comprar mi silencio..!Ya Basta!”
El dolor la traiciona al verse impotente por la pérdida del niño que en las tardes la hacía de ayudante de albañil para poder ganarse 100 pesos, que servían de aliciente al precario sustento diario de una familia crecida en el seno católico… “Ahora lo extraño, le gustaban tanto las tortilla calientitas recién salidas del comal, con su salsa picosa y que Dios me de fuerzas para exigir justicia”…
Elia Tamayo, a un año de la muerte de su hijo, aún recuerda las tardes en las que su vástago gustaba jugar fútbol. Las tardes amorosas que compartía con su pequeña hija a quien cariñosamente le decía “Lorenita”… La mujer rompe en llanto, su lucha persiste aunque la justicia no se cumpla.