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06 enero 2016

Sin la magia

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by García R - 0 Comments
Sin la magia

Levantaron su mano como cuando su progenitora los obliga a ponerse de rodillas a media a calle para obtener un peso, pero ahora fue diferente, lo hicieron por voluntad.

Gritaron en unísono «Yo» y seguido extendieron sus brazos para recibir: una pelota, un cochecito, una muñeca, ó, cualquier juguete de plástico.

Son infantes que los despertó la fría mañana sin la magia de Los Reyes Magos, a penas y tienen un suéter delgado que pretende cubrirlos del gélido amanecer; los desafortunados no tienen para abrigarse.

Como la rutina diaria lo marca, fueron acompañados por su madre al Centro Histórico para mendigar el peso que los ayudará a comer y atender sus necesidades básicas, que no son las del vestido o calzado y que se evidencia en los hoyos que tienen las prendas.

Es momento de trabajar y las hermanas de escasos 9 y 7 años conocen la dinámica y la realizan juntas, cargan una caja de chicles y otra de mazapanes para venderlos, o de lo contrario, «obtener de la voluntad» de los transeúntes.

Se acercan al montón de personas de su edad que ven junto al zócalo cuando observan que sin distingos los adultos sacan un juguete de una bolsa para los infantes que se cruzan la Plaza de Armas. Las niñas corren con suerte porque se llevan una pelota.

Una mano sostuvo la figura esférica que estrujo muy fuerte sobre su pecho y con su mirada al vacío con ansias de patear su regalo, aguantó la sensación para seguir en su realidad de explotación infantil.

Mientras, un grupo de mujeres que se dedican a la mendicidad se abalanzaron por los juguetes, otras esperaron que la caridad llegara a sus pies, en el suelo de la esquina donde se aferran a permanecer por horas; unas cuantas, mandaron a sus vástagos descalzos para que se formaran.

Un auto se inmovilizó y fue acechado por la concentración de mujeres que se han nombrado indígenas en el justo momento que se repartían los regalos de Los Reyes Magos que llegaron muy tarde para los de escasos recursos.

En su inocencia, los niños que sufren de la explotación infantil -unos trabajando y otros para causar el sentimentalismo- son los más emocionados con los únicos juguetes que podrían tener en todo el año.

Solo por esta ocasión hay consentimiento para ser felices, experimentan unos minutos de lo que debería ser su infancia, conocen de sacar de un empaque algo nuevo y los demás días, tienen que seguir con su papel de mendicidad, con discursos conocidos y que fueron obligados a aprenderse.

García R

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